El Escape del Goeben y el Breslau


Durante la historia de la humanidad, han existido momentos en que una fuerza militar se encuentra ante una desventaja militar en que nunca jamás hubiese sospechado encontrarse. Una situación de la que no existe salida posible, pero a través de la cual se mide de lo que están hechos los hombres que se encuentran en ella. Desde tiempos inmemoriales los lectores nos hemos visto cautivados por los relatos de estas aventuras improbables, hemos imaginado que se hubiese hecho en otro caso y como las circunstancias se presentaron favorablemente para poder convertir a sus involucrados en leyenda. Anabisis de Jenofonte (a través de la Expedición de los Diez Mil) nos dio un ejemplo para la posteridad de que una fuerza decidida al mando de un comandante eficiente puede conseguir milagros. Esto mismo sucedió con la pequeña Flota Mediterránea del Imperio Alemán durante los primeros días de la Primera Guerra Mundial.


Es que el Kaiser Guillermo II siempre había tenido ambiciones mundiales. No sólo había comprado, conquistado, violado y ocupado cada lugar que las demás potencias no habían poseído. También quería meterse en el área de influencia de sus odiados enemigos. Francia por supuesto era su principal objetivo, pero la envidia y la verdadera fuente de su odio siempre sería la pérfida Albion (Reino Unido). Por esto, como un pavoreal que se pavonea de sus plumas nuevas, este preparó una pequeña flota para representarlo en el Mediterráneo, en donde en conjunto con las fuerzas que el Imperio Austro-Hungaro y el Reino Italiano pudiera ofrecer consideraba que podía hacer frente a los barcos obsoletos que los franceses y los británicos tenían en este océano. Pero, cuando Italia no honró su parte del trato y se declaró neutral, la situación de esta pequeña flota se volvió insostenible.

Como todo buen oficial aguerrido y de combate, el contralmirante Wilhelm Souchon obedeció de inmediato las órdenes que había recibido por adelantado de la marina alemana. Estacionado en Pola (actualmente Croacia) para el estallido de la guerra, el escuadrón partió del puerto de inmediato aunque no se habían terminado las reparaciones de su nave capitana, el crucero de batalla Goeben. Con esto tenía dos objetivos, evitar quedar atrapado en el Mar Adriático (la suerte de toda la flota Austro-Hungara) y tratar de hostigar a los efectivos franceses e ingleses en el Mar Mediterráneo. Pero, tal como siempre sucede, la situación se volvió cada vez más peligrosa para este osado grupo. El Primer Lord del Almirantazgo (Winston Churchill de fama futura en la próxima guerra) le ordenó a la Flota Mediterránea Inglesa al mando de Sir Archibald Berkeley Milne proteger las rutas comerciales de transporte de los franceses. Este fue realmente específico al proclamar que una fuerza de cruceros no debía enfrentar a una "fuerza superior" sin un respaldo de acorazados correspondiente.

Milne ensambló su flota en Malta el 1 de agosto y le ordenó al contraalmirante Ernest Troubridge que se dirigiera de inmediato a cubrir la salida del Adriático. Pero por si las dudas, el alto mando llamó a dos de sus cruceros pesados a cubrir la entrada de Gibraltar para evitar que los molestos cruceros alemanes escaparan a casa. Pero los alemanes ya no estaban a la altura de Taranto. Es más, los alemanes ya no estaban en el Adriático. Sin recibir órdenes, el almirante Souchon planeo el bombardeo de Bone y Phillipville en la Argelia Francesa. Luego de separarse para atacar cada blanco, el 3 de agosto la pequeña flota se enteró de la declaración de guerra del Imperio Alemán a Francia. Para el 4 de agosto, la pequeña flota recibió una orden aún más perturbadora, proveniente del mismo almirante Tirpitz. "Proceda a Constantinopla". Estando tan cerca de su objetivo, Souchon no renunció a bombardear ambos blancos bajo bandera rusa, pero una vez terminada esta labor obedeció la orden y ambos partieron hacia Messina como alma que lleva el diablo.

La primera oportunidad que tuvieron los aliados de detener a estos intrépidos alemanes estuvo en manos del almirante frances Augustin Boue de Lapeyere. Como jefe de la Flota Mediterránea y con tres escuadrones a su mando (incluyendo varios cruceros acorazados pesados), este almirante pudo haber ordenado interceptar a los incómodos e inferiores en número alemanes. Pero era un oficial promedio, con una carrera prometedora de su juventud pero en este momento con más de sesenta años. Simplemente se apegó a la orden de defender a las ciudades y supuso que se retirarían hacia el Oeste (Gibraltar). La segunda oportunidad vino de parte del almirante vino de parte de los dos acorazados enviados a Gibraltar (Indefatigable e Indomitable), que pasaron a línea de vista de ambas embarcaciones. Pero eran las 9:30 del 4 de agosto. La declaración unilateral de guerra se presentaría hasta en la tarde, así que los atrevidos alemanes escaparon de nuevo de una segura destrucción por pura suerte.


Cuando Churchill ordenó la persecución de ambas naves, Milne dio la orden a sus cruceros de regresar. Pero estos no podían mantenerle el paso a los alemanes, así que cuando el HMS Dublin perdió el rastro de ambas naves en Sicilia, ellas pudieron llegar tranquilas a Messina. Pero mientras recargaban carbón, el almriante Souchon recibió las peores noticias. En primer lugar, el Imperio Austro-Hungaro no apoyaría a las naves ni se arriesgaría a salir del Mar Adriático. La segunda mala noticia es que el Imperio Otomano se retractó de su promesa y no iba a entrar en guerra de parte de los poderes centrales. ¿O quedar atrapado en el Adriático o recluidos ante una potencia neutral en el Mar Negro?


Los italianos no se la pusieron fácil y fueron muy estrictos con sus 24 horas para aprovisionarse. Pero el almirante Milne se apegó a sus órdenes, respetó la neutralidad de Italia (conservándose en aguas internacionales), desplegó a sus cruceros de batalla hacia el Oeste (dónde todavía suponía que se iban a dirigir) y le ordeno al comando del almirante Troubridge que vigilara la entrada al mar Adriático para impedir el escape de los alemanes. Pero los cruceros armados a su disposición no podían superar al Goeben en velocidad ni en poder de fuego. Para cuando los barcos alemanes partieron de puerto y estuvieron a línea de tiro, Troubridge siguió la orden de Winston Churchill, y no combatió cuando pudo interceptar las naves porque no contaba del apoyo para enfrentar a una "fuerza superior"; y como no recibió confirmación de su superior abandonó la persecución la noche del 5 de agosto. Los alemanes habían escapado.


Sólo el crucero Gloucester continúa a la vera de los alemanes, pero como tenían planeado recargar en alguna parte de Grecia, el Breslau lo enfrentó en combate y lo dejó atrás. Cuando Milne se dio cuenta de que los alemanes huían "hacia el Este" trató de coordinar una fuerza de combate efectiva, pero como Inglaterra le había declarado la guerra al Imperio Austro-Hungaro decidió que lo mejor era mantener tapado el Mar Adriático en lugar de perseguir a los alemanes. Finalmente para el 9 de agosto, Milne dio la orden de perseguir a las molestas naves alemanas, bloqueó el Mar Egeo y se dispuso a esperar, seguro de que el almirante Souchon no se atrevería a dirigirse a los Dardanelos. Se quedó esperando.


Souchon se reabasteció de carbón en la isla Donoussa el 9 de agosto, y violando toda clase de tratados se adentró por el estrecho de los Dardanelos el 10 de agosto de 1914. Con los británicos detrás de ellos, la diplomacia alemana convenció a Enver Pasha de dejarlos pasar y prohibir a los británicos continuar su persecución. Pero el Imperio Otomano era un país neutral, haber recibido a estas naves violaba su neutralidad. Por medio de la diplomacia, el Imperio Alemán ofreció como obsequio ambas naves al Imperio Otomano, que gustoso recibió los nuevos barcos en una pequeña ceremonia el 16 de agosto del 1914. Esto produjo un gran alivio a Gran Bretaña, pero de haber sabido lo que sucedería después no hubieran celebrado con alegría.


El destino se encargó de tornar esta extraordinaria aventura en ventaja para las Potencias Centrales. Debido a la guerra, Winston Churchill en su puesto de Primer Lord del Almirantazgo había requisado dos barcos en construcción para los turcos para usarlos en su propia flota. El problema es que el pueblo turco entero había pagado (por medio de rifas y bonos) para la construcción de estos acorazados. La entrega simbólica de la Flota Mediterranea Alemana a manos turcas fue un golpe mediático que desbarató el apoyo del ala anglófila del Imperio Otomano. Antes de terminar el año, los turcos entrarían a la guerra del lado de Alemania. Antes de terminar la década, el último califato de la historia desaparecería, hundiendo al Cercano Oriente en una crisis de identidad que aún hoy no ha terminado.

El Escape del Goeben y el Breslau es un vivido ejemplo de que un comando naval no puede estar atado por órdenes confusas, y en caso de no tener nada en claro el mejor curso de acción es uno decisivo. El contralmirante Souchon, ante la expectativa de quedarse atrapado en el Adriático o en los Dardanelos, sin saber donde se encontraba la flota británica escogió la ruta más larga de escape. Esto lo transformó en un héroe en Alemania, un almirante agresivo que fue la pesadilla de la flota rusa en el Mar Negro y le brindó prestigio en una naval que iba desapareciendo. En cambio, el almirante Milne, el almirante Troubridge y el almirante Lapeyere no recibieron ningún otro comando durante el transcurso de la guerra, fueron duramente criticados y quedaron al margen de cualquier otra maniobra. El resultado timorato de esta acción motivaría al almirante Cradock a acometer un ataque suicida en la Batalla del Coronel frente a las costas de Chile en contra del almirante Graf von Spee.


El destino de los vencidos se encargaría de archivar este evento en la historia. Pero más por humillación y por revisión, debemos recordar estas gestas donde personas normales deben enfrentarse a situaciones excepcionales. La aventura del Goeben y el Breslau debe quedar grabada en nuestras mentes, porque es algo que no se volvería a repetir hasta veinte años después, un escape exitoso de una fuerza condenada a la destrucción. Años después, en la Segunda Guerra Mundial, Dunquerque ejemplificaría esto para los británicos. Porque sobrevivir contra todo pronóstico es parte vital de una tradición militar; y estos navíos ejemplificaron el triunfo contra la adversidad.



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